Siendo de noche
el tiempo aqueja cansancio,
oscurece sus sentidos.
La soledad,
alegre y descontenta,
empieza su desfile,
ingresa en nuestra casa
por el ojo de la cerradura.
Aprovecha las distracciones
y nos gobierna.
Cuando la descubrimos,
ya es tarde,
ocupará su lugar, en silencio,
con la displicente insolencia
de los no-invitados.
Medrará a nuestro coste,
acusará guerras civiles,
muchos serán los días
-o las noches-
en los cuales su obstinación
resulte intolerable.
No conviene impacientarse con ella,
dulce y sin contemplaciones
aún puede clavarnos más hondo
los dientes de su presencia.
Sin embargo, apenas advierta
una grieta de alegría
en el muro de nuestra tristeza ,
partirá de inmediato,
muy segura de sí misma y libre de rencores;
es una buena perdedora.
De todos modos sabe
que, en cualquier momento,
volverá para quedarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario