La ramera finge dormir
la contemplo absorto y desorientado;
su sueño plácido es manantial de ecos.
Me ahogo suavemente entre su selva
y el misterio saturado de sus piernas,
me sonríe.
Al fin de la noche, ella es mente imaginaria que teme
por un barco maligno y terrorífico.
Máscara de carnaval que baila
sin hipocresías ni estereotipos.
La ramera seduce con su cuerpo que embriaga
mientras la bebo esperanzado
en búsqueda del delito.
Rememoro
noches solas de alcohol
y conmigo
añorando invadirla en el lecho
enlazando la figura de su cuerpo
junta a mi sangre oscura y senil.
La ramera y la noche vuelven abrumador el silencio
confundiendo imágenes en el espejo.
Ella ruge desordenada en el trueno lúcido
y me invade, eléctrico,
un relámpago certero
que me anuncia su adiós
y el espíritu que se expande comprensivo;
el miedo ya no existe tampoco las angustias.
Ella se consume en sus caricias otoñales
y reposo a su lado incomparable
mientras una lágrima sonríe liberada,
abierta a próximas revoluciones.
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