viernes, 20 de enero de 2012

Suplicio




Y qué ironía pensar

que en el juego de los soldados tristes

nunca nos proclamamos la guerra.

Tanta sangre maquilló tus espejos,

lágrimas de papel que volaban como fantasmas

mientras se hundían infinitamente.

Tan lento y profundo,

como las oscuras melodías de tu amante Frédéric,

aquellas mismas que solías bailar descalza

sobre el jardín de los muertos.

Y qué ironía recordar,

que disfrutabas ignorando a la gente y sus condenas.

Tu vestido sucio de aromas y limpio en alegrías

eran la prueba de tu falaz belleza,

que envejecía conmigo en ese Reino

 despiadado y  hermoso precipicio nuestro

llamado amor.

Hoy has caído sobre mí

y te impregnan tantos exilios

que olvidas mi voz

implorando besos.

Has reposado tu abrazo 

sobre mi cama 

y te inundan de pronto

tantos desamparos.

Has aspirado el néctar

del impiadoso invierno.

Allí,

donde duermen 

las miradas

que fundieran su tinta 

entre licores ponzoñosos,

te lamento.

Y qué ironía imaginar,

que aún huyes denunciando tu derrota 

y la mía...

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