domingo, 23 de mayo de 2010

sin Sal pero con mucha Pimienta...



Todo el mundo sabe que la Tierra está separada separada de los astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que mi ilusión está separada de mi por una cantidad considerable de años pena. Al principio, pensé que se trataba de unos hipotéticos años más años menos, pero he tenido que abandonar esa unidad de medida demasiado halagadora. Por poco que camine un sueño, yo hubiera terminado por llegar a mi lejana ilusión, pero en cambio Don, mi soldado preferido, no se atrevió a dejarme la menor esperanza. Vaya a saber cuándo se inició la marcha que lo fue distanciando imperceptiblemente de mi zapato izquierdo, luego que lo hube orientado con extrema precisión hacia el rumbo que lo llevaría a la toma final de su motín (Su escurridiza ilusión). Repleto de pastillas para dormir sin la necesidad de soñar, cuidado y atendido amorosamente, su primer avance fue promisorio, y me dije antes de que el pino del patio, que no tengo, sobrepasara la altura del tejado, que tampoco tengo. Rayos y centellas, el destino está próximo y mi mensaje simpático posee remitente; entre tanto, desde aquí podía ser feliz imaginando su alegría al verla llegar, la agitación de sus trenzas doradas y sus brazos sin color.

Tal vez los años luz son todos iguales, pero no los años pena, Y don ha cesado de merecer mi confianza. No es que se detenga, pues me ha sido posible verificar por su huella tenaz que prosigue su marcha y que mantiene la buena dirección, aunque esto suponga para él subir y bajar incontables paredes o atravesar íntegramente una fábrica de lamentos o ignorantes tercos. Pese a todo, más me cuesta a mi comprobar esa meritoria exactitud, y dos veces he sido arrestado por guardianes enfurecidos a quienes he tenido que decir las peores mentiras puesto que la verdad me hubiera valido una lluvia de trompadas. Lo triste es que la autora de esta ilusión, sentada en su sillón de terciopelo rosa, ya no me espera del otro lado de la ciudad o al menos esa fue la sensación que tuve la última enésima vez que le cerré la puerta en su diminuta nariz. No creo que haga falta pedir perdón, las historias cuando parecen muy lejanas excitan a la mente y logran fabricar infames como hermosas ilusiones "made in hormonas". Sin embargo, la cercanía nos muestra los defectos mas dulces como las virtudes menos agradables de nuestro personaje de ensueño. He de pensar que la distancia es el mejor juez de la vida, ya lo demostró mi insaciable Don cuando en sus impulsos por arremeter contra la historia, perdió el sentido de la ubicación y disfrutó de sus alicaídas consecuencias. Larga es la distancia como el teclado de un piano, negras y blancas las experiencias, diferentes melodías por cada una de ellas. A lo mejor los años luz podrán ser lo más saludable para el alma aunque se repita la mediocridad por la ausencia de un buen "Salud".

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