lunes, 18 de enero de 2010

Croissant de Chocolate


La vida nunca tiene un sentido razonable. Los sueños se transforman en retos sin estímulo ni fecha de caducidad fija. Somos como mares inertes que juegan a las tempestades por mero aburrimiento. Hay veces que solemos llamarnos valientes solo porque creemos conocer su literal significado, no obstante, nunca significamos nada ante los demás al intentar serlo... ¿Ironía? Qué va!! Si es una despiadada casualidad, que casualmente, siempre aqueja a todos e inluso a los tontos individuos que han de tomar café a las 9 de la mañana, solo por pensar que eso les transforma en entes de la vida laboral ardiente. Entonces ¿Qué es la vida? Si nuestras decisiones siempre se verán influenciadas por las más bajas y banales exclamaciones. Es así como puedo comenzar mi historia sobre el punto mas estúpido del hombre que también intenta llamarse ser humano. ¿Alguna vez te gustó el croissant de chocolate? Fue una pregunta que nunca pude pensar que tuviera una relevancia digna de una redacción. Sin embargo, aqui estamos!!! Con la cara de idiota recién bautizado por los viles males de un par de ojos azules sin dueño. Tanta crueldad no tendría un lado atractivo si es que no me sucediera cada fin de semana como si se tratara de un mal tan lindo conocido por todos y llamado fútbol. Y es que así se inició mi faena de cada domingo a las 7am. Miéntras muchas caras derrotadas vuelven a sus humildes moradas para intentar rematar la triste etílica jornada. Yo cuento los segundos para volver a verla. Debo admitir que mi pueril nueva adicción me convirtió en un personaje entregado a las mañanas con olor a resaca ajena. Verla entrar por la mirilla al son de sus tacones brillantes pese a la lluvia, significaban para mi la mejor de las experiencias. Al cabo de 15 minutos ya estaba bajando los últimos escalones rumbo a ella y su enroscada cabellera marrón chocolate y aún con aroma a matutina ducha. Qué placentera sensación podría significarme un gesto tan ínfimo como una sonrisa pagada por una jefa gorda y rubia. Era ella y mis croissants de chocolate en un marco dominical que muchos podrían envidiar si poseyeran mis retinas. Una combinación perfecta que sería injusto titular como la dependienta que me atiende en la panadería. Cosas de la vida yo no sé, hay quién cree saberlo todo sin tener nada, como que también hay quienes no creen saber nada teniéndolo todo. Yo solo he de querer mis domingos con ella adornados por el olor a chocolate y harina caliente saliente del honor. Aunque esto me signifique peores resacas a las que ya estoy acostumbrado.

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