sábado, 24 de abril de 2010

Ella, la que divaga en mis sonrisas

Nada mueve más que la nostalgia. Alejandría se llamaba; la escuché por primera vez en una conversación lejana, hablaba de amores, de rumores. Berlín iluminado de noche con sabor parisino y resaca barcelonesa, con aquellas plataformas cargueras esperando ansiosas levantarse. Así estuviste tú bajo la mesa, esperando entrar a mi habitación sin sueño. Habló durante unos minutos y calló, calló para siempre, calló como tumba, jamás volverá a hablarte ó a mi. Se va enojada enrojecida con su bolso rojo de mano recargada sobre su hombro.Nadie sabe si volverá, así se va cada noche y después, abruptamente, aparece detrás de mi puerta, esperando, siempre Alejandría como María Elena, Isabel o Fernanda… esperando por siempre esperando, esperándome a mi, esperándote a ti, nunca nadie para sostenerle el espejo mientras se pone los ojos en la mañana, la boca chueca, un reloj en lugar de su nariz, y regala la hora, los minutos, los segundos, a ti vagabundo de emociones. La pugna con sus pies la llevan por caminos sinuosos. Aunque siempre termina en tus brazos, por suerte.

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