Nadie estuvo en sus ropas,
en su patria,
en sus raíces.
Un silencio de lobo avanzó
y eyaculó por estas calles.
El terror derribó puertas
y espió por las mirillas.
Una conmoción de muerte,
de la puerta para afuera
y de los ojos para adentro,
nos exilió del otro
y fuimos gente sola,
de mirada huidiza,
en los rincones
como las hojas tristes que los vientos amontonan.
Lágrimas calcinadas
Sudores congelados
Nadie supo nada
cuando todo dejó de ser todo.
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