Y apareció en la oscuridad,
tras el velo de la vergüenza,
tímida e intrigante,
cual carne picada a cuchillo para un ballet semáforo,
tras el velo de la vergüenza,
tímida e intrigante,
cual carne picada a cuchillo para un ballet semáforo,
relleno de cuerpos envasados
y con los ojos ocultos en un pozo de sangre.
Le miro: soy el vecino arrollado por el cruce
del ruido y el silencio,
acodado en el balcón como si fuera
el muñeco que anuncia la salida de escape.
En la esquina el baile,
que fabricó el escudo de motores en fuga,
ha terminado en nada.
Ella ríe,
Ella ríe,
y vuelve la figura del hombre acribillado
al compás de los años,
como una fruta inexplicable de una higuera seca, a destiempo.
Y al fin, como Romeo sin Julieta
asalto lo inefable, la foto
de los cables trenzados
con los cinco bailarines hambrientos.
Cielo contaminado, el inalámbrico
susurro de las voces entremetidas en la casa,
donde duerme mi gata ausente,
como si un escorzo,
con la cola enrollada
aún fuera mejor que mirarle de frente.
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