Íbamos a tomar el vino del atardecer
sentados en el piso,
a desplegar el dolor y los amores literarios
como un mantel: algunos agujeros y colores seguros.
Dos seres inmortales pero caducos
expulsados del idioma, de la fiesta,
de una terca latitud.
Íbamos a dejar que el río nos invada
(todos tus amigos me hablaron más del río
que de tu desesperación)
Trocitos de corcho, historias de algún individuo
obsesionado por la libertad del espíritu, restos
de un ángel pintado sobre una percha de madera.
Tu suicidio anunciado los refugió en el bosque
(a ellos, los lobos, los amigos),
los vació de palabras.
Extraña flor de sombras chinas en la pared,
te convertiste en una voz y un silencio contra el barullo de lo que fue nuestra alegría.
Un poema condenado a una caja invisible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario