Hay que saber llegar hasta la orilla sin mojarse los pies,
cruzar una ciudad en donde el agua es negra,
y negra es la saliva de los perros,
y negro el semen que descargas los ángeles,
en las sábanas sucias de los ángeles,
en las sábanas sucias de los partos.
Hay que hundir la cabeza con los ojos abiertos,
negociar el ardor,
forzar el corazón su máquina de aceite
y resistirlo a flote una noche completa.
Hay que entregar el cuerpo a la corriente,
fijar la convicción.
Nadie vendrá para salvarme...
No soltar la palabra que dispare el alud de un espejismo,
nadie vendrá para salvarme....
Tragar si es necesario
la sal que se desprende generosa de tu propio temor,
sentirte en el muelle de un puerto abandonado,
una vieja estructura que el tiempo embiste sin control.
Hay que saber quedarse y aguantar
saber que no vendrá
para salvarme
nadie...
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