El silencio me pesaba más que de costumbre.
Algunas palabras abrazaron violentas melodías
rumiando el vacío de la espera,
otras criaron nuevos dialectos de pasiones
avanzando hasta disolverte.
Pero el límite sustancial
aún no habría llegado,
atravesé condados reiteradamente hasta encontrarte.
Desviado por los fríos ríos de otras épocas
conquisté a mi propia madre en tu desierto.
Desde el filo luminoso que inventamos para andar
miré hacia abajo
y arrinconé el vértigo de mi sonrisa
suscitada en el doblez de una imagen en red.
Fue así que el paradójico miedo a la idiotez
creció odiando y amándote desde el silencio.
Descentrado en la razón de una nueva trifulca,
la diarrea mental fue peor que el mando en la trayectoria de una bala.
Me aconsejaron matarte amada mía,
y sé que me faltó corazón para darte.
Envejecido en el infierno
deseé la estética de un futuro posible
sin la decadencia de tu arqueológica mirada
en ausencia del amor.
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