Nadie estuvo en sus ropas,
en su patria,
en sus raíces.
Nadie le cogió las botas
y el camino se hizo más lejano.
Un silencio de lobo avanzó
y agonizó por estas calles.
El terror derribó puertas,
espió por las mirillas.
Una conmoción de muerte,
de la puerta para afuera
y de los ojos para adentro,
nos exilió del otro
y fuimos gente sola,
de mirada huidiza,
en los rincones de penumbras
donde las alegrías son ácidas
y las penas dulces,
donde las sonrisas no existen
y el perdón ya no necesita auxilios
como las hojas tristes que los vientos amontonan.
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