jueves, 4 de noviembre de 2010

Fiebre



 
Mira bien al hombre,

en la oscuridad de su pupila

acecha un ojo de lobo abreviado y quieto,

sus manos trazan vuelos grotescos,

garras de fiera agazapada.

Él no padece soledades

aunque su lengua está atada al territorio del aullido,

él mutila las palabras, las vacía,

sólo elige hundir su dentellada,

insiste con dar muerte

porque allí radica su hambre y su dominio,

allí su verdadero ojo,

su convicción de lobo,

y su demente apetito

por tus infames sonrisas... 





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