Mira bien al hombre,
en la oscuridad de su pupila
acecha un ojo de lobo abreviado y quieto,
sus manos trazan vuelos grotescos,
garras de fiera agazapada.
Él no padece soledades
aunque su lengua está atada al territorio del aullido,
él mutila las palabras, las vacía,
sólo elige hundir su dentellada,
insiste con dar muerte
porque allí radica su hambre y su dominio,
allí su verdadero ojo,
su convicción de lobo,
y su demente apetito
por tus infames sonrisas...
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