Peinado con suma prolijidad me desvisto.
Tu aliento desnudo sobre la cama,
impregna el satén con otros cuerpos.
Beso tus hombros.
En un libro de saldo
tengo tu número telefónico
y las páginas son iguales
a la piel de tu ombligo.
En la oscura pelambre del dormitorio,
interrumpida por la luz del toillete,
me invaden, horizontal,
vacíos y colmados aromas;
nombres e imágenes despreciables.
Húmedos como una flor encajada
en la transpiración de la tierra,
alimentamos rencores
con hábitos de alcohol y tabaco.
Somos un poema tautológico
escrito con tiza sobre una pizarra de ofertas.
Nuestra religión es el miedo;
nuestro sermón,
el silencio de los cobardes.
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